Marcelo tiene un local de venta de libros usados, posters antiguos, revistas y Dvds en la Galería Central, donde hay otros negocios que venden soldaditos de plomo, mapas viejos, historietas inhallables y discos de vinilo.
Su erudición cinéfila es vasta, profunda y ramificada a todos los estilos, épocas y detalles imaginables: desde la nacionalidad de los extras de la Metro, los principales actores de la Fox, o los músicos que hicieron las bandas sonoras de las películas de William Wyler, sin olvidar los nombres de los grandes cines montevideanos, de los que ya ninguno existe.
El otro día nos contó que, durante la dictadura, no se exhibían películas pornográficas en Montevideo. Había solamente algunas calificadas Franja Verde, que contenían algunas escenas de desnudos femeninos, alguna nalga masculina, pero nunca pasaban de eso.
Cuando vino la democracia, la primera película auténticamente porno que se exhibió se llamaba Penetración. El cine Mogador,en Andes y San José, tuvo la ocurrente idea de pasarla. Fue un éxito rotundo. Todo el mundo iba a verla. Gente común, intelectuales, jóvenes y viejos, parejas; todos se sentían convocados a ver sexo explícito en la pantalla, algo que nunca se había visto.
Lo que conocemos como cine porno arrancó en el mundo al final de la década del 60, un poco antes del inicio de nuestra dictadura.
Fueron tantas las veces que se exhibió la película que se fue gastando. Se rompía y todos los días había que cortar un pedacito y pegar. De una hora y media de duración original, terminó teniendo menos de una hora.
Los pedacitos de celuloide desechados eran recogidos por los transeúntes, y hubo quien armaba con ellos diapositivas, que vendía luego en la feria. Un tímido cartel anunciando la mercadería era suficiente para que en poco rato desapareciera todo el stock. La gente se pasaba la voz y eran muchos los que iban a Tristán Narvaja a comprar aquellas diapositivas.