Calles y Destinos
Las calles montevideanas han sufrido una pérdida de identidad en los últimos años. No ha sido a causa de cambios significativos en su aspecto propio ni el de sus veredas o casas aledañas, sino porque han perdido sus nombres. Bellas palabras como Caridad, Médanos, La Fe, Cuñapirú, Olimar, han sido sustituidos por nombres propios, a los que de vez en cuando se le antepone un Doctor, General u otro título casi siempre masculino.
Dar una dirección se ha convertido en algo tedioso y extenso, ya que muchas de las calles tienen apellidos dobles o nombres compuestos. Decir que se vive en Francisco Hermenegildo Varela Indarte entre Jacinto B. Pérez González y Honorio Feliciano Rodríguez Fernández es mucho más complicado y aburrido que si fuese en Membrillar entre Sauce y Vacas Verdes, por ejemplo.
Y también mucho más difícil de recordar. Si se diera el caso de que uno buscase la dirección de un médico o un abogado, no sería improbable confundirse entre el nombre del profesional y la calle que alberga su estudio o consultorio. Me pregunto quién sabe que, además de una calle, Carlos Vaz Ferreira fue un importante filósofo. Y también, si todos los que efectivamente saben eso, y algún otro detalle de su vida como que conversó con Einstein, fue hermano de una poeta o usaba bigote, lo traen a su mente cada vez que circulan por la calle que lo recuerda. Dudo mucho que al levantar la vista en su diario trajinar, quien lea una chapa sobre la pared con el nombre de Salvador Ferrer Serra sepa que fue político y dirigente de fútbol. El que por algún motivo visite la calle Doctor Juan José Carbajal Victorica probablemente nunca sepa que fue un ministro de relaciones exteriores y los que crucen Profesor Doctor Julio A Bauzá no reverenciarán su memoria de médico pediatra. Los que decidan tomarse una pausa en el Espacio Libre Profesor Doctor Juan José Crotoggini ocuparán el mismo tiempo en leer el nombre de dicho espacio que en cruzarlo de punta a punta.
Seguirán existiendo turistas que confundan Joaquín con Gregorio Suárez, sin que para los nativos que los citan en “’Suárez’’ a secas haya diferencia alguna más que la dada por el nombre de pila. Bautizar calles con nombres propios no está mal, pero pretender que toda la ciudad esté surcada de largos nombres de personas ilustres es un sinsentido y un error cívico. No está probado que este procedimiento alimente la cultura de los montevideanos ni su interés por la historia.
Como tibio consuelo ante tanta aridez nomenclatora, siguen existiendo destinos de ómnibus que mantienen su encanto. Tres Ombúes, Los bulevares, Verdisol, Bella Italia, La Boyada, Puntas de Macadam, Carlomagno, Camino del Andaluz, Portones y algún otro.
Es probable que cuando todas las calles tengan nombres propios, también el afán rebautizador llegue a estos lugares. Entonces veremos que el 121, en vez de unir la Ciudad Vieja con Pocitos, irá desde Contador General Emiliano Faustino Ferreira Domínguez hasta Sicoanalista Lacaniano Alejandro Sebastián Rodríguez Pereira. Preparémonos.
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