1)
Hice un trámite en el edificio central de la IMM. Mi irrupción de neófita en el submundo de la burocracia ciudadana me obligó a subir y bajar varias veces, desde el subsuelo al noveno piso. Viví varias veces la angustia de estar parada en una habitación rodeada de ascensores a la espera de que uno de ellos se detuviera allí. Vi que otras personas, algunas con aspecto de funcionarios, estaban en la misma actitud expectante. Es decir, movían sin cesar sus cabezas en todas direcciones. Una vez en el ascensor, luego que cada usuario apretase el botón de su correspondiente piso, una voz de mujer, neutra y monótona, decía a cada momento: SUBIENDO o BAJANDO, según fuese el caso. Al aproximarse a cada piso, decía, en el mismo tono, PISO CUATRO, PISO DOS, PISO SIETE, etc. La primera vez resultó interesante. La segunda, un poco reiterativo. La tercera vez que usé el ascensor me dieron ganas de bajar por la escalera solo para no oir esa voz. Pero no se sabe a dónde van a parar las escaleras, en la IMM creo que llevan a lugares diferentes que los ascensores, y yo había aprendido el camino usando éstos. Entonces me resigné a escuchar pacíficamente aquella voz informativa. Quizás fuese un poco más divertido tener una voz para cada piso, o diversas voces según el día: una para los martes, otra para los jueves, o una voz alegre para los días tristes y una monocorde para los soleados. Tal vez llegue el día en que las empresas de ascensores ofrezcan este servicio a sus usuarios, además de incluir el espejo, que como es sabido, resulta útil en los viajes de más de dos pisos.
2)
En la oficina de aspiraciones docentes de UTU hay cuatro puestos para la atención del público. En enero, a causa de las licencias, solo una muchacha ocupaba el suyo, y se esmeraba en ser amable con la larga fila de interesados que esperábamos turno. El teléfono sonaba implacable, a un volumen alto, a su lado. Su sonido exasperaba a ambos lados del mostrador. En un momento pensé ofrecerme a atenderlo, o descolgarlo nomás, pero pensé que sería una intromisión. Creo que la chica que atendía era la más perjudicada, pues estaba trabajando desde hacía varias horas. Quizás lo mejor en esos casos sea eliminar el teléfono de la oficina. Atención personalizada, y basta.
Ruiditos recurrentes
