Faltan veinte minutos para las diez, contesta la vecina al adolescente que espera, como ella, que pase algún ómnibus hacia el centro.
El viento se siente frío en las alturas del Paso de la Arena, a pocos metros de la ruta que cruza allá abajo, atravesada por un puente en uno de cuyos extremos está la parada de ómnibus.
Se oye el rumor de los grandes camiones, de los ómnibus interdepartamentales y los automóviles que pasan por la autopista como testimonio de un tiempo veloz.
A la vista el panorama es diferente. El tráfico por Luis Battle Berres es escaso. Del otro lado de la calle, algunos esperan para irse aún más lejos: Delta del Tigre, Ruta 1 Km 26, coordenadas sin nombre aún. Un bar con rejas, al estilo de las antiguas pulperías, ofrece su ventanita a los que pasan.
Del otro lado del puente hay un asentamiento. A esa hora se lo ve oscuro, parece una aldea medieval: bultos desordenados agrupándose sobre el terraplén que da a la ruta.
No hay luces en sus sendas interiores y los hogares se iluminan con velas, quizás.
El que preguntó la hora y dos de sus amigos comienzan a golpear con sus manos la estructura de hierro endeble de la parada, en la parte que incluye un mapa de la zona y el recorrido de los tres ómnibus que pasan por allí. Sus golpes, tímidos al principio, se vuelven entusiasta batucada cinco minutos después, y hay quien amaga unos pasos de baile.
Tiembla el techo sobre los demás, que se mueven inquietos. Por hoy no hay riesgo de caída, pues en cinco minutos pasa el L 14 para llevarse a todos, músicos incluidos. Ese ritmo, sin embargo, anuncia el cercano fin de aquellas latas, porque no hay otra cosa que hacer sonar cuando cae el sol y el ómnibus no pasa.
Luego de cruzar el puente, el panorama desde la ventanilla incluye depósitos de chatarra, casas a medio hacer, basura a lo largo de las cunetas, carteles inusuales como “acepto escombro”, “arreglo vaqueros” junto a otros vulgares: “se hacen fletes” “mecánico” o, también pintado a mano, “almacén”.
En una esquina, tres muchachos están sentados frente a un pequeño fuego encerrado en una rejilla de hierro. Están en silencio y lo miran, única señal cálida en la noche fría.
Quizás escuchen una música que sólo ellos oyen. Quizás esperan a alguien, o que pase algo.
Noche fría sobre la autopista

Muy bueno el relato, muy necesario para saber de realidades que conviven en la ciudad, y comprender la manera en que a veces se tocan con las nuestras. Ayuda a ver cuáles son las cosas fundamentales que deberíamos intentar cambiar.
Gracias
Me gustaMe gusta
Gracias! me alegro que te despierte esas reflexiones.
Me gustaMe gusta