MÁSCARAS ( texto inspirado en una máscara peruana)
No quiero llorar. Fue fácil resistir el llanto cuando, él, ya vestido para la fiesta, detuvo mi mano que buscaba la máscara sobre el ropero. Fue su voz la que me paralizó, no su fuerza:
- La usaré yo. Te la voy a cuidar, dijo
- Pero es mía….
- Te la devolveré después de la fiesta. ¿Vamos?
Mi vestido y mis enaguas estaban prontos desde la mañana. Mis zapatos, pagados en cuotas, esperaban mis pies para estrenarse, mis pies restregados y sin huellas de la tierra que siempre los rodea, como un calcetín oscuro. Mi pelo, lavado con agua de lluvia y jugo de limón, flotaba a mi espalda, sin el cotidiano sostén de las trenzas.
Miré el lápiz labial, los polvos rosáceos y el frasco de perfume sobre la mesa de luz.
- No, contesté. Miro desde acá.
- Mejor, dijo él. Se ve más claro, y yo me quedo más tranquilo.
El chasquido de la llave en la cerradura abrió las puertas de mi llanto. Sin testigos, podría librarme de las lágrimas, que me oprimían como un canasto demasiado pesado sobre mi cabeza.
Pero no quiero llorar.
Mi máscara de China Supay, que tanta alegría me dio cuando me la trajo, envuelta en una bolsa de plástico blanca, a través de la cual se marcaban sus cuernitos y sus pestañas, ya no era mía.
A su regreso, en la madrugada, tendrá las huellas de su sudor y no las mías, las marcas de sus dedos sobre las cejas, los ojos chuecos, la boca desgarrada y las mejillas chamuscadas por los fuegos artificiales. Tendrá el olor del pisco, del cilantro, del humo.
No quiero llorar.
- ¿Por qué le has pedido esa, precisamente esa? Preguntaron mis hermanas y primas. Tú eres buena, mujer de un solo hombre, dijeron, no como ella, que provoca, seduce y abandona. Hubieses elegido otra máscara, más parecida a ti.
- Tú eres linda sin necesidad de la boca roja, dijo él.
Por una noche, por la mitad de una sola noche, hubiese querido tener los ojos redondos, no rasgados, celestes, no oscuros, el pelo enrulado y rojo, no lacio, para poder buscar y no ser buscada, para provocar y no ser provocada.
Soñé con eso durante noches y días. Ni siquiera pude probármela, porque para ello esperé este momento que no es.
Por el resto de mi vida, al ver una igual, en el mercado o el museo, pensaré que es como la mía, jamás tocada, impecable, ajena al placer que no viví.
Texto leído en el Museo de Arte Precolombino e Indígena, el 20 de mayo del 2017