Otro viaje al aeropuerto

La camioneta llega al hotel a la hora prevista. Está casi vacía: una muchacha rubia es la única pasajera, sentada detrás del conductor. Ambos conversan. El conductor termina una frase antes de abrirme la puerta, y por temor a interrumpir algo, me siento detrás, junto a la ventanilla. El examina cuidadosamente el papelito que le tendí, con los detalles del viaje: 24 dólares hasta el aeropuerto La Guardia. Temo que haya algún problema, y le digo que me lo dieron en el hotel. Le saca una foto que envía por WhatsApp y emprendemos la marcha.

Me dispongo a mirar por la ventana el paisaje del Upper West Side a partir de la calle 98 hacia Harlem.

Ella se da vuelta y me dice que se llama Sarah. Veo que él lleva la conversación, ella se limita a decir Yes….Ahah…Maybe..Él habla solo para ella. Dice que estudia filosofía. Que su fuerte es la filosofía feminista, a la que dedica el 75% de su tiempo libre. Comienzo a prestar atención.

“En el iris de una mujer se puede ver la cara de dios”. Tomamos First Avenue, y conduce con la mano izquierda. Con la derecha busca una foto de mujer en su teléfono, que muestra a Sarah. Luego hace innumerables clics sobre ella hasta encontrar las pequeñas líneas blancas del iris, insertas en la pupila como ejes que terminan en círculos algodonosos. Nos acerca el teléfono para que lo veamos con claridad, y nos quedamos con la duda de si para él esa es la cara de dios, o se trata de una metáfora. Ni ella ni yo pedimos aclaraciones. 

“En Australia hubo una civilización hace cinco mil años y quedaron huellas en las paredes de las minas. Las que labraban los dibujos eran mujeres, porque los hombres andaban por ahí cazando. La mujer estuvo en el principio de todas las cosas”.

Abandonamos la First Avenue y comenzamos a circular por calles en reparación. Veo que vamos en sentido contrario al aeropuerto, y supongo que es un camino que conocen los choferes.

“Si un hombre de cuarenta años está solo y vive con su madre, es porque no entiende cómo es el mundo, cómo son las mujeres.”

“Interesting, interesting” dice Sarah a cada rato. Mueve su cabeza y mira con preocupación hacia afuera, igual que yo. Hay muchos restaurantes que ofrecen pizza y sushi, en un combo inusual. Hay sol y flores en los balcones, comienza la primavera. Suben dos pasajeros más, que se ubican al fondo. En el minuto en que nos quedamos solas, Sarah se da vuelta y me dice que cree que está loco. Coincido con ella. Va a Australia a visitar a su mamá, de sorpresa. Tomó la camioneta porque tenía varias horas antes del vuelo, igual que yo. Faltan solamente tres pasajeros para completar el cupo, dice nuestro chofer.

Cuando un vehículo se cambia de senda e invade la nuestra, él le grita, se adelanta hasta quedar frente a la ventanilla del infractor y lo insulta. Sarah y yo nos miramos tímidamente, abrimos y cerramos los ojos en señal de asombro. Entramos en zona de rascacielos, donde además del vidrio hay mucho verde. La gente almuerza sentada en los escalones y luce contenta. El tráfico es cada vez más pesado, y nuestro camino más lento.

Llegamos a Middtown, un lugar de recogida que debería ser previo al mío y al de los dos últimos pasajeros.

Miro las escaleras de incendio, tan visibles y poco usadas. El chofer dice que se equivocó de calle, por culpa de sus estudios de filosofía. Media hora de viaje y estamos mucho más lejos que al principio.

Retoma su discurso feminista, ahora a media voz.

“La intuición es algo que los hombres no tienen y esto permite que las mujeres dominen el mundo. No es cierto que las mujeres son débiles y sometidas, son ellas las que hacen lo que quieren con los hombres. Eso es porque estamos en la era de Acuario, una era femenina.”

“Tú vas a oír que un hombre le pegó a una mujer, la lastimó. Esto lo hace porque es débil, estúpido. La mujer casi nunca le pega a un hombre, porque es más inteligente”

Prende la radio y un furioso hip hop llena el espacio durante diez minutos. Sube otra pasajera, que se queja por la demora. Faltarían solo dos, que ojalá viajen juntos. Nos detenemos frente a un edificio, él baja y entra. Vuelve a los diez minutos, solo, y no da explicaciones. Sarah se angustia e intento calmarla. Le digo que en todo caso podemos bajar y tomarnos un taxi. Su vuelo sale media hora antes que el mío, y si lo pierde se queda sin conexión hasta el otro día.

“El cuerpo masculino está lleno de defectos, los hombres morimos antes, tenemos enfermedades que las mujeres no tienen, porque son perfectas. El hombre es una versión imperfecta de la mujer.”

De pronto se abre la puerta del fondo y nuestras valijas caen en el cruce de la Sexta Avenida y la 49. Un estrépito que hace gritar a todos. Se detiene el tráfico, viene gente a ayudar con la recuperación de las valijas.  Por suerte ninguna se abrió. A esta altura todos estamos nerviosos.

“Vamos a John F Kennedy, ¿verdad? pregunta luego de que sube el penúltimo pasajero, también con cara de fastidio. Nooo!, gritamos todos. Él consulta su celular y nos da la razón. Sarah pregunta si falta mucho para llegar. Los demás tenemos mucho tiempo antes del vuelo, pero ella no.

Se detiene otra vez en la First Avenue, baja a la vereda y llama a sus jefes. No le resulta fácil comprender las instrucciones, pide que le repitan, y dice que no le habían dicho eso. Mientras habla se saca el gorro y lo tira al aire, lo baraja y lo tira otra vez, como un malabarista.

Al parecer el último pasajero se fue por su cuenta, aburrido de esperar.

Finalmente llegamos, aliviados, al aeropuerto. Casi dos horas por unos pocos kilómetros. La próxima vez tomo el metro. Menos emoción, pero más confiable!

Publicado por Cecilia Ríos

Esto es para compartir con mis amigos lo que veo en mis paseos. Notas una vez al mes! Gracias a todos mis lectores.

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