Hace un tiempo se hablaba de cómo los uruguayos soportábamos con paciencia – obsecuencia, inercia, cobardía, decían algunos- los abusos, tanto del panadero como de la policía. “Los uruguayos somos así, no nos quejamos” decíamos mirando las revueltas de otras ciudades, con gente trepada a los monumentos y esgrimiendo sus camisetas en protesta por tal o cual asunto que afectaba su existencia. Mientras espero mi turno, me convenzo de que eso sucedió en el pasado muy remoto, ya que los agendados para vacunarse a esta hora, todos de mi edad o mayores, demuestran saber muy bien cómo quejarse. Quizás no ante quién hacerlo, ya que el esforzado portero y la amable recepcionista son quienes reciben y sufren la queja, el reclamo o la protesta.
Veo un desfile de agitados compatriotas, a los que constatar que deberán esperar media hora más para ser vacunados les resulta un agravio. Cada uno plantea una situación particular y exige un trato especial, ya que las circunstancias lo perjudican en mayor grado que a los demás, que esperamos con paciencia. Dos o tres frases hechas y una actitud firme los hacen retornar a sus lugares, aunque algunos logran pasar, lo que despierta una ola de nuevas protestas, esta vez por la injusticia cometida. Hay quien intenta sosegar a los desesperados, explicando que quien pasó antes tenía una sola pierna, había cumplido 104 años o padecía una enfermedad más grave y contagiosa que el Covid.
Yo debería dejar mis pruritos y unirme a la actitud general, abandonar mi rareza y aceptar que también tengo impulsos irresistibles de intolerancia. Y decir, por ejemplo:
¿Ya terminó el verano? ¿Cómo es posible que, en este año especial, no nos hayan dado una prórroga, dos semanitas al menos? ¿Se suspenden las clases pero con el otoño hacemos como si nada?A mí me hace mucho mal el otoño. Me entristezco, tengo pensamientos negativos. Lo peor es que nadie se hace cargo. Llega el 21 de marzo, se termina el verano y parece que acá no pasó nada. La prensa no se ocupa. Todo está mal organizado. Ya que gastan tanto en desayunos de trabajo y en acomodar la aplicación de las vacunas, ¿no se podrá incluir una pequeña modificación del calendario? Ya que los cultos religiosos siguen habilitados, recordemos que Gregorio XIII le quitó al mundo diez días, y sería justo recibir su devolución, si es posible actualizada. Quince días más de verano y todos contentos. Y el año que viene, vemos.
No sé quién me secundaría: veo a todos cómodos en sus abriguitos otoñales, con el paraguas bajo el brazo. Si alguien dijese: ¿qué tal tres semanas de otoño soleado, sin viento ni frío? yo aceptaría encantada, y dejaría de lado mis reclamos.
