No es fácil zapatear bajo la lluvia; Gene Kelly lo hizo hace setenta años y lo seguirá haciendo cada vez que alguien vea la escena más famosa de Singing in the rain, donde el agua es una amable y tibia caricia que ni siquiera le hace cosquillas al colarse por el cuello de su camisa.
¿Quién canta y baila bajo la lluvia fría del último mes del otoño? El viento ha tirado las hojas amarillas, que se amontonan en las veredas como un manto colorido. A lo largo de 18 de Julio, el gris de las cortinas metálicas se ve interrumpido tanto por los graffitis como por los carteles de SE VENDE O ALQUILA. Algunos esperan el ómnibus, otros pasean a sus perros. Una mujer lleva una camiseta gastada donde se lee con dificultad: “Vive mejor, ríe más”. Hay otra línea oculta por la gabardina que tal vez dice “ama sin temor”. Pasea a su perro y su expresión indica que no ha seguido correctamente las instrucciones de la camiseta.
En las esquinas vacías hay campamentos húmedos que sus habitantes se esfuerzan en proteger, ubicando los colchones contra la pared. La lluvia, acá y en el norte, es siempre fría, y salvo que sea bajo un paraguas, en un set de grabación, o después de una larga sequía, nadie baila o canta cuando la siente sobre su cabeza. Ni cuando el viento desvía las gotas desde la perpendicular y las arroja sobre los que se protegen en los aleros. Los montevideanos se han quedado en sus casas hoy, y en las calles solo quedan los que no tienen a dónde volver, y los días y noches del otoño son más largas, mucho más largas, para ellos.
Nadie canta bajo la lluvia: quizás maldiga, quizás suspire; la música de las bocinas tampoco suena en las calles mojadas. Al pasar, veo en una esquina la cara de alguien que conozco: no es un amigo, ni un vecino, quizás alguien que frecuentaba los mismos lugares que yo en otros tiempos, o alguien con quien me cruzaba en la parada o en un cumpleaños. Muchas de esas caras apenas conocidas se han disuelto en la memoria, en estos dos años de encuentros pautados. El universo de los saludos ha menguado. El fugaz recuerdo de los apenas conocidos fue tragado por la presencia de los más cercanos, y no existió la oportunidad de mantener o hacer crecer esos vínculos.
Hace mil años, los cortesanos japoneses intercambiaban poemas donde el amor, el paisaje y el estado del tiempo eran los temas habituales. Son miles de versos cuyos autores son dudosos; abundan las atribuciones, y los nombres carecen de significado en el Montevideo del año 2021. La lluvia, que interrumpía el encuentro de los amantes, inspiró incontables versos. Shiria Chi Kawa, dama de compañía de la emperatriz Akiko de la era Heian, escribió:
Cuento los días desde que te vi
Hasta que empiezo a medir
Los que faltan hasta volver a verte.
Mil años después, me pregunto si esos versos eran para quien amaba, o se referían a la primavera o al cielo claro después de la lluvia. Qué importa, en realidad podemos elegir a qué atribuirlos, sea lo que sea.



Me conmovió este recorrido tan impregnado de la tristeza de los tiempos que nos toca vivir. Espero también que la poesía hable de un renacer de cielos claros.
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