Foto de Agustín Ríos @era.un.arbol
Tristán Narvaja está vacía de puestos callejeros. Los libreros, dada la sensibilidad de su producto al agua, han clausurado las mesitas al aire libre. La llovizna reduce la calle a un paseo sin misterios, sin riesgo de manoseo o robo, para tranquilidad de la concurrencia. Queda el consuelo de las vidrieras con gatos y ofertas inesperadas. No es el precio lo que tienta, sino la rareza de algunos libros expuestos.
La tapa celeste de Elogio de la sombra de Borges parece irradiar luz. Uno de los versos del libro, que habla de la ceguera y la vejez, dice “el animal ha muerto o casi” y no me suena convincente. El japonés Tanizaki también escribió un libro con ese título, que analiza cómo, en cada lado del mundo, la luz y la sombra del espacio habitable se valoran de forma diferente. Sombras y luces se alternan en las preferencias de los que viven en las antípodas. También es así para nosotros, aunque no lo aceptemos así nomás.
Al mirar el rombo oscuro que proyectan los edificios cuando se asoma un sol debilísimo, no pienso en ellos sino en el distinto valor que la sombra ocupa a lo largo del año. En unos pocos meses pasa de ser refugio y alivio a castigo y amenaza. En invierno casi todos caminamos por la vereda del sol, y miramos con extrañeza a los que insisten en la opuesta. ¿Será que no tienen frío? ¿Será que no se han dado cuenta de que una vida mejor es posible, del otro lado de la calle? Quizás desdeñen el pequeño bienestar de un poco de sol sobre el cuerpo, o estén muy ocupados en otros asuntos. Hay bichicomes en ambas veredas. Los que permanecen a la sombra lucen algo más destruidos que los otros.
En una esquina, una pareja de ciegos canta con entrega y disonancias una canción de amor, de un amor posible. Una adolescente con su hijo en brazos los escucha atenta: para ella esas palabras iluminan la fría mañana, dan sentido a sus emociones. El amor se muestra como una luz, y ella está de acuerdo. Nacha Roldán, cantante olvidada, le canta, en cambio, a la conveniencia de ser sombra, sin parecer sombría: hay cosas y seres a los que mucha luz les dificulta o impide la existencia.
Estamos en épocas de sombras alargadas; así lo dicta nuestra posición en el mundo y la tiranía de ese sol que hace más o menos lo mismo desde hace millones de años. Me vuelvo con un Elmer Mendoza nuevo, a precio de oferta: así funciona el mercado los días lluviosos. Allí encontraré sombras, de distinto tamaño e intensidad, y alguien que busca un poco de luz, con éxito relativo. Como cualquiera en estos días.

