LLego a Valizas a inicios de diciembre, antes de la avalancha de visitantes veraniegos. El sol, la arena y el mar están disponibles, los supermercados están abiertos y los bares abren viernes y sábado.

Hay poca gente en la playa y son menos los que se atreven a un baño. Una ola deja un cangrejo blanco y vivo sobre la arena; un padre y su hijo de cuatro años se acercan e intentan darlo vuelta con un palo.  Aguavivas brillantes y esféricas amenazan desde la orilla. Tres lobitos muertos convocan moscas unos metros más allá y un sillón rosado descansa en la parte superior de una duna. Quizás sea lo que queda de un rancho destruido por la marea, o alguien lo robó y debió abandonarlo, sus dueños se aburrieron de verlo o decidieron que era adecuado para contemplar la puesta de sol desde allí. Los escasos veraneantes se sacan fotos junto a ese objeto incongruente con el paisaje que lo rodea. Quizás alguien sume fuerzas para desenterrar sus patas y trasladarlo a un lugar más adecuado antes que las gaviotas y otros pájaros lo destruyan, pero luce fuerte como para resistir allí hasta marzo. Esto asegura que su imagen aparezca en varios miles de fotos turísticas, incluyendo la mía.

El arroyo luce ancho, aunque da paso a pie. Me siento en la orilla para ver a quienes cruzan, entre ellos, bandadas de golondrinas. El bote lleva a los mayores o menos temerarios; los demás se largan a cruzar con distinto grado de habilidad y paciencia. No hay que lamentar desgracias, todos llegan al otro lado. Un muchacho intenta cruzar con su perro, que se da vuelta a cincuenta metros de la orilla. Su dueño lo llama con insistencia, le grita, le suplica, y el perro permanece en la orilla. Retrocede hasta allí, lo acaricia, lo empuja, y otra vez lo mismo: el perro vuelve a tierra. Ni aún viendo a su dueño hacerle señas desde el otro lado accede a meterse en esas aguas desconocidas.

Camino por callecitas de arena y recuerdo las casas donde pasé muchos veranos, con gente distinta, en épocas distintas. Veo los cambios, las mejoras, las pérdidas. Los carteles de la temporada pasada son legibles todavía: carnada, camarones, pan casero, masajes tailandeses, se alquila cabaña. La ausencia de habitantes marca la desolación de un lugar donde las casas permanecen vacías la mayor parte del año. Un bote semidestruido descansa en medio del pasto, recuerdo de pasados viajes, de utilidad en la pesca o diversión bajo el sol. Lo veo como un sueño abandonado, en el que se puso tiempo y ganas y no llegó a ser.

Me interno en calles desconocidas y en un momento me pierdo; no veo nada familiar alrededor, ni un sonido o una marca, nadie a quien preguntar y me inquieto, está por caer la noche y voy sin linterna ni celular. Siento miedo y sorpresa por la incertidumbre, me pregunto cómo pudo pasarme esto, dónde estaré, para qué lado debo ir. El ruido del mar me guía y camino hacia él como hacia un amigo que me muestra el camino de regreso. Llego al rancho cuando ya es de noche y el mundo parece estar a kilómetros de distancia.

Hay dos obras de albañilería en curso en todo el balneario: una en cada costado del rancho que habito. Los golpes de maza se oyen desde el amanecer al crepúsculo. Me intriga tanta destrucción y verifico que se trata de reparar a golpes lo que se hizo mal con los ladrillos. Ambas casas parecen recién hechas, por lo que estimo que fue un error de cálculo de los constructores. Intento ignorarlos. La buena lectura es un manto de silencio en mi cabeza y cuando me fastidio salgo a caminar.

Es raro ver vacías y silenciosas las calles y esquinas que se recuerdan llenas de gente, risas y alegría. «De algún rencor hiciste la miel de tus amores» cantan Mercedes Sosa y la Sole desde la radio de una camioneta estacionada junto a la laguna. En pocos días habrá historias de amor y desengaño flotando en estas calles hoy vacías.

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4 respuestas a “Verano anticipado”

  1. Leyendo a Ceci, añoro ese lugar maravilloso, sencillo, donde uno se siente en sintonía con lo cotidiano, su gente, sus ruidis, olores, arena arena y más arena. Recuerdos de ese lugar que guarda momentos maravillosos de mi vida. Gracias Ceci!!

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  2. Precioso, Ceci. No es una mera entrada de blog. Me encanta la Ceci cronista, tu manera de mirar. A Valizas lo conocí de paso hacia el Cabo y en alguna otra estadía breve. Pero en aquellas esperas por Rutas del Sol lo recorrí a pie innumerables veces. Ahora vos me lo hacés revivir de una manera bellísima. ¡Gracias, amiga!

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    1. Gracias a vos, Merce. Abrazos

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