El ómnibus va semivacío; el cielo parece que fue y será gris siempre. Un aire desanimado desborda las alcantarillas junto al agua marrón y los transeúntes intercambian miradas de desconcierto, diciéndose que falta mucho para el otoño, que estamos en verano, que volverá el calor. (¿Volverá? ¿Estamos en verano? ¿Falta mucho para el otoño?)
Las voces de dos mujeres jóvenes se mezclan con el ruido del tránsito que entra por la ventanilla abierta y el ritmo electrónico de Lila tirando a violeta. Hablan de otra muchacha a la que ambas conocen, como conocen su situación previa, de la cual no hablan. Un hombre con el que convivía y el intento de ella de separarse de él, las amenazas; al final el tipo le cerró la puerta con sus cosas adentro.
- Perdió toda su ropa- dice una. – Se está quedando en casa de una prima, hoy iba a ver un apartamento para alquilar.
La ropa, después de todo, no es tan difícil de conseguir, salvo aquellas prendas que realmente nos gustan, que no son tantas. ¿Habrá perdido también libros, el cepillo de dientes, una guitarra, algún cuadro, su mate, plantitas, adornos? Pienso en las cosas que me dolería perder, en objetos que me han acompañado y con los que me siento cómoda. En los cruces importantes se desvanece el hilo de su charla, que a pesar del tema y los detalles, no es lúgubre: la chica se ha escapado hacia una vida mejor, aunque haya pagado el alto costo de perder sus cosas. Y tiene amigas que hablan compasivamente de ella en el ómnibus.
Una señora no demuestra interés en la conversación porque lee Metrópolis, de Ferenc Karinthy; me dan ganas de contarle cuánto me impresionó ese libro cuando lo leí. Me detienen su concentración y su aspecto reservado; si va inmersa en la pesadilla del relato es mejor no despertarla.
Un hombre joven sale en chancletas de un edificio; lo acompaña un perrito blanco y negro. Ambos se suben a un taxi detenido en la puerta, no como pasajeros sino como conductor y acompañante. Me imagino al perrito echado en el piso del automóvil, sin ladrar, mientras su dueño conduce a los pasajeros a su destino. ¿Habrá notado alguien esto alguna vez? Quizás protestó o quizás estuvo de acuerdo; la mampara impide agresiones o demostraciones indeseadas de cariño.
Las paredes muestran manchas a tono con el cielo, la bruma impide ver los pisos altos de los edificios, algunas flores tímidas se asoman entre las ramas que lucen menos verdes que ayer.
“Por cada beso que me des, te daré tres” canta Ronnie Spektor para siempre.