Este es el segundo texto incluido en la exposición del Centro de Fotografía que celebra la liberación de su archivo fotográfico histórico para que sea usado en distintas actividades. Se puede visitar hasta el 11 de junio. Elegí tres fotos y escribí textos alusivos.
Saludó con una inclinación de cabeza antes de sentarse a mi lado. Nuestros ojos se encontraron: un relámpago fugaz me sacudió el corazón y temí no resistir el deseo de seguir atada a esos ojos. Veo que lleva en sus manos un paquete; ojalá sea el regalo que me prometió en su última carta. Parece un libro. ¿Será de poesía?
Oigo el rumor de sus pantalones al cruzar las piernas, el crujir del ala de su
sombrero y fragmentos de palabras con esa voz que estremece mi estómago. Pronto se distraerá con el griterío del público, la danza de los equilibristas o los sonidos de la orquesta. Mis ojos no llegan a vislumbrar su cuerpo ni su cara. Apenas veo la mancha oscura de su traje y sus zapatos sobre las tablas polvorientas del piso.
Mis amigas me cuentan, en susurros.
Miró, preguntó algo, volvió a mirar y suspiró.
¿Corresponde preguntarle si se encuentra bien? Mejor espero que mis latidos se apacigüen y se evapore el sudor de mi cara, que él cambie de posición, ofreciéndome al menos la visión de sus manos, de su perfil. Mis dedos, que los guantes no cubren, se estiran sin pudor hacia su cuerpo, anhelan sentir la aspereza de su ropa, acercarse a su piel.
Son diez, quizás veinte, los grados que debo girar para sentarme en la posición correcta; otros treinta, para estar en condiciones de dirigirle una sonrisa y mirarlo a los ojos otra vez. ¿Cuándo se atreverá a entregarme su regalo? ¿No advierte acaso mi ansiedad? ¿Qué dirá la dedicatoria? ¿Habrá una flor seca que señale un poema dedicado a mí?


¡Muy bueno!
¡Me encantan estas crónicas!
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Me alegro, muchas gracias!
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