El aumento de temperatura saca de sus casas a muchos y alivia las penurias de quienes no tienen de donde salir. El reciente vaivén frío intenso- calor rotundo provoca resfríos en unos y lleva a otros a preguntarse si es el cambio climático o qué, si será cierto lo de las emisiones de carbono, y si vivir el ahora implica necesariamente aspirar el humo gris de los vehículos que van por la vía privilegiada, la calle. En un semáforo, un muchacho que reparte comida golpea el guardabarros de un auto nuevo con su frágil moto. Se tambalea, la rueda delantera se eleva en el aire como la equilibrista de un circo mediocre y cae con un golpe sobre el hormigón. Una mujer joven sale de auto, se acerca al motociclista y le toca el brazo en señal de protección. “¿Te lastimaste?» parece preguntarle. “No, todo bien” dirá él. Los ómnibus los esquivan mientras ellos terminan su diálogo humano.
En la vereda, algunos viven y los demás observan; ambas actividades son mejores en primavera.
En pocos días los árboles se llenaron de hojas, los que vendían bufandas ofrecen relojes, lentes de sol, medias finas. En las caras antes contraídas por el viento ahora está la esperanza de la alegría veraniega y el futuro luce promisorio. Las vidrieras exhiben maniquíes con ropa liviana, aunque nadie abandone aún la vereda del sol. En un país donde las mujeres no nos pintamos tanto la cara, me pregunto si prosperarán los nuevos locales de venta de cosméticos, que ofrecen alargar las pestañas hasta el cielo. En un afiche pegado a un árbol, una sonrisa incrédula pregunta si quiero una vida mejor.
Al mediodía, un puesto de tortas fritas atiende a una fila de compradores tan larga como la de quienes cambian figuritas del mundial. Las tortas recién fritas no son solo la merienda sino el almuerzo de muchos y por diez pesos más, el cocinero agrega una feta de fiambre a su producto.
Al caer la noche el paisaje cambia. Ya no es tan sencillo esquivar las súplicas por una moneda o un cigarro. A la salida de un concierto, un muchacho vestido de negro, con una carpeta en la mano, nos aborda a Sabela y a mí.
- Soy poeta, no voy a inventarles una historia sino a leerles un poema- nos dice.
Estamos dispuestas a escucharlo, le decimos, y aclaramos que ya dimos todas nuestras monedas. El se enoja.


- Es increíble que haya que mentir para que te den algo! , nos reprocha.
Me hubiese gustado que creyese que no teníamos monedas. No le dije que si lo hubiésemos cruzado un par de cuadras antes, habría conseguido alguna. Tampoco dije que la poesía no es un buen producto, porque no estoy segura. Para la mayoría de quienes circulan por el centro, los versos son algo inusual y extravagante, y puede que despierten emociones dormidas. Ojalá para el poeta la primavera sea favorable y le inspire buenos versos y que alguien le pida un abrazo, como hace Helen O¨Connell.



Muchas gracias a Adriana Vayra y a Selene por las fotos