Quizás sea el avance irrestricto de los pesticidas y la agricultura industrial lo que trae a la ciudad muchos pájaros. Las palomas llegan por la basura, los halcones por las palomas. Hay gente que trae pájaros exóticos y los convierte en mascotas o en hermosas fotografías. ¿Quién no quisiera volar, cantar y mostrar lindos colores?
1.-
La que apareció una mañana en el jardín del edificio era una gallina de Guinea. ¿Cómo entró? De quién será? Las preguntas inquietaron a todos. Mirta y Leonel se enamoraron de ella al instante. Que esa forma de dibujo infantil, que ese moteado tan parejo y elegante, que esa cabeza minúscula y colorida. Fernández no ocultó su disgusto. “Su peso destruirá los rosales” dijo. García y Francisca lo apoyaron. “Ensucia los corredores y trasmite pestes”. “Grita mucho”.“Hay que librarse de ella”, dijo la más radical.
El grupo de Whatsapp intercambió fotografías e ideas. “Habría que pegar carteles en el barrio”. “Miren qué linda está junto a los crisantemos”. “Sus huevos atraen ratas”. “Si le pasa algo a la gallina se tendrán que hacer responsables”. “Parece mentira tanto odio por un animalito inocente”.
Los defensores de la gallina se organizaron para darle de comer; los adversarios redactaron una extensa carta. Al poco tiempo una comparsa de tambores comenzó a pasar por las calles que rodean al complejo y eso convocó otras discusiones. Alguien hizo, en el espacio común, un pequeño corral para la gallina, que ya no es novedad.
2.-
Lo vimos caminar hacia nuestro banco, con lentitud y decisión. Era sensual su forma de andar, o quizás era su juventud, que admiramos como a un vestido que no volveremos a usar.
—¿Ven aquella paloma, la negra? —Él mismo estaba vestido de negro. — Yo agarro esa paloma, la aprieto contra mi pecho para que no se mueva y le paso el cuchillo por el cuello. Le brota la sangre, la aparto para que no me ensucie, ella se sacude un poco, la cabeza cae al piso y yo la pateo porque no me interesa. Cuando deja de temblar y sigue tibia, le saco una a una las plumas. Cuando está completamente pelada prendo fuego, la cocino y me la como.
Sus manos se movían con precisión alrededor de la paloma imaginaria y retenían su cuerpo tembloroso, trasmitían su fuerza al cuchillo invisible que, de un solo tajo, hacía caer la cabeza. Sus pies se apartaron para evitar el chorro de sangre fresca, sus dedos extrajeron con gracia las plumas.
—Pues si no me creen, aquí tengo el cuchillo— dijo, con una extraña combinación de miseria y alegría, como la canción de Dina Washington.
Fotos de Agustín Ríos y Selene Acequia.


