Hablar con desconocidos

No hablar con desconocidos ni comer nada del piso era una consigna casi universal de los padres a sus hijos durante mi infancia, ahora sustituida, quizás, por el “no cruces la calle mirando el celular”. Etta Jones también aconseja “cuando necesites algo más que compañía, no vayas con extrañas, ven conmigo” y en estas épocas de aplicaciones de citas sigue teniendo su valor ( y su ineficacia).

¿Cómo agrandar nuestro mundo si nos movemos siempre en el mismo círculo, por más querido que sea?

Hay situaciones más propicias que otras para conversar con alguien cuyo nombre no sabemos y probablemente no sabremos nunca: una espera desmedida frente a una ventanilla pública o privada, un accidente, un corte de luz o la rotura del ómnibus. Algo que no estaba en los planes ni fue anunciado en la televisión o las redes sociales, que impacta sobre el momento en que algunos extraños advierten que comparten una esquina, una plaza, un edificio.

El resto del tiempo, en general, lo pasamos callados. Los smartphones nos permiten dialogar con los lejanos y a la vez nos recortan la posibilidad de hablar con los cercanos.

“El atardecer de hoy fue muy pero muy hermoso” dice un chico con aspecto de rapero, sentado en el cordón de la vereda, a alguien que, del otro lado de la línea invisible que los conecta, recibe el mensaje con alegría y comprensión.

Si alguien nos dirige la palabra para otra cosa que preguntarnos por una dirección, en general nos cae pesado.  Mi sobrina, cuando era niña, creía que quienes no hablaban eran mudos o sordos. Ahora ya aprendió que no contestar es hacer de cuenta que estamos solos en el mundo y que éste, quizás, está demasiado poblado. Un par de auriculares y ya está: nos internamos en nuestro propio universo.

Cuando Elisa canta, un pájaro con el pico deforme se detiene en su ventana y escucha.  Una torcaza hizo nido en el alero de Inés, y un zorzal saluda cuando sale al jardín. A causa de los agrotóxicos, dicen, hay más pájaros que antes en el Montevideo urbano, y con un poco de paciencia podemos esperar que vengan, si no a oír nuestro canto, al menos a acercarnos el suyo. Como los desconocidos, vienen y van sin decir su nombre.

 Otros nos esforzamos por entender las conversaciones a nuestro alrededor, oir algo interesante, retazos de frases que permanecen en la memoria y convocan imágenes y recuerdos. Hablar con amigos es de las mejores cosas de la vida; charlar con extraños, también.

fotos de Agustín Ríos @era.un.arbol

Publicado por Cecilia Ríos

Esto es para compartir con mis amigos lo que veo en mis paseos. Notas una vez al mes! Gracias a todos mis lectores.

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