Cuando los días se alarguen

En esta época del año, desde que tengo memoria, mi madre dice “Falta poco para que los días comiencen a alargarse” y siempre es difícil refutar esa verdad, más difícil que creerla. A partir del 2 de julio- dentro de dos semanas- cada jornada comienza unos pocos segundos más temprano. En cien horas termina el otoño, una estación que no cuenta con mis preferencias, y comienza algo peor, el invierno. Repito la frase de mi madre como un mantra, y me dispongo a cubrir mi cuerpo con varios kilos de ropa hasta que la luz crezca a una velocidad mayor.

“Las ilusiones pasadas yo no las puedo arrancar…” Gardel canta desde la radio con su voz de eterno verano, un tango adecuado a los días grises de sus desventuras. Le habría venido bien oir la tenue voz de Dionne Warwick preguntándose “¿Qué consigues con enamorarte, además de un montón de gérmenes que te traerán neumonía?”, pero no, la ironía no permeó nunca sus letras. Esa canción es válida para los personajes gardelianos, y mantiene su actualidad. El pánico ante el contagio ha disminuido drásticamente la cantidad y calidad de los besos, tanto apasionados como amistosos. Un encuentro de manos se percibe como una amenaza o una falta de consideración. En la calle se advierte el movimiento del trabajo, pero la vida social sigue en pausa.

Invito a X. a caminar un rato, pero prefiere ir a tomar algo. Arreglamos para merendar en una confitería del centro, “porque allí es grande”, dice. Y como efectivamente, es grande, está lleno de gente en busca de un sitio seguro. Caminamos durante dos horas en busca de un lugar adecuado, lo suficientemente vacío como para darle seguridad y lo bastante hermoso como para merecer nuestra estadía. Dos condiciones que no se dan en simultáneo, algo que el cansancio permite comprobar.

Llamo por cuarta vez a Z., y como la gula y la lectura compulsiva son sus pecados más asiduos, prometo manjares exóticos, ofrezco en préstamo libros raros que no poseo.  “Estamos en una mala conjunción planetaria”, me explica. “Hasta el 22 no voy a salir de casa, porque algo terrible puede sucederme. Y te pido por favor que vos también te cuides.” Salgo a la calle y miro con desconfianza los semáforos. ¿Será que los conductores siguen de acuerdo en obedecerlos? Miro hacia arriba y veo un cielo claro, donde ningún planeta es visible, aunque estén allí.

W. siempre avisa con por lo menos doce horas de anticipación que no podrá asistir a nuestra cita, y a veces eso se da en la madrugada. “Perdón, no sé qué me pasa, pero prefiero cambiar para otro día”. Agendamos un lejano jueves de la semana próxima, algo que hacemos desde abril, y me pregunto si, una vez que se produzca el encuentro, nos reconoceremos.  

Y. quiere, en vez de un café, hablar por Zoom. Esta vez soy yo quien no acepta. Contrataca con Google Meet. Apela, como último recurso, a una conversación con cámara de Whatsapp. Transamos en una llamada telefónica e intercambio de fotos. “Qué suerte que la tecnología nos permite comunicarnos!”, dice.  

Me quedo pensando que eso es tan cierto como que dentro de muy poco, los días comienzan a alargarse. Y mientras tanto y después, los días breves y el frío.

smart

Publicado por Cecilia Ríos

Esto es para compartir con mis amigos lo que veo en mis paseos. Notas una vez al mes! Gracias a todos mis lectores.

2 comentarios sobre “Cuando los días se alarguen

  1. Mientras espero tu próxima obra, es un placer leerte aquí.
    No imaginé que tuvieras amigos tan paranoicos como yo. Ah, y me acordé del Cuesta abajo de Caetano, cuando se trabuca justo allí: «Las ilusiones pasadas yo las no puedo arrancar».

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